Desde hace un buen tiempo, me gusta conversar en el baño con mi papá. Mi casa es un poco peculiar, hay 2 baños juntos pero separados (jaja ¡Qué tal explicación!), bueno separados por una pared. A veces coincidimos en las mañanas, mientras yo me termino de bañar y cambiar en uno, mi papá está en el otro alistándose para ir a trabajar, siempre utilizamos esos minutos que coincidimos para conversar, me encanta. No sé si es porque nos divide la pared y no nos vemos cuando conversamos (jaja), pero siento que esas conversas son más libres, profundas. Mi papá es el hombre más teeeeeeeeeerco y cerrado de toda la faz de la tierra (sin exagerar), si si y por ende, de tal palo, tal hija (jajaja). Se me hacía difícil conversar con él, no sé, su terquedad con mi terquedad me creaban una frustración terrible y es que para mí que él me apoye y entienda mi punto de vista lo es todo.
Últimamente he aprendido algo, he aprendido a aceptar sus decisiones y creo que él ha aprendido eso también y eso me causa un gran alivio en mi ser. Justo ayer conversábamos de un viaje que le decía para hacer en unos meses, pero él con toda su serenidad me dijo que no, que no era el momento y me dio sus razones, en pocas palabras me choteó pero este chote fue un chote refinado (jajaja). Si esa conversación hubiese sido un par de meses atrás creo que me hubiese enfurecido y estresado, pero ahora no, ahora entiendo y acepto su decisión. Mi papá simplemente es un genio, es todo un personaje, súper lindo y encantador.
Creo que muchas veces no logramos entender a nuestros viejos, pero si vemos más allá de lo evidente, creo que los años y el esfuerzo que ellos ponen a la vida son por una sola razón: VERNOS FELICES.
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